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Uno de los mayores problemas tras una explosión nuclear es cómo conseguir alimentos no contaminados. Los seres vivos absorben la radiación, dañan sus estructuras y pueden llegar incluso a mutar. Esto puede incidir en la cadena alimenticia: si hongos, plantas o animales han absorbido una cantidad elevada de radiación, acabará afectando al ser humano.

El riesgo aumenta debido a los saqueos y contrabandos que se llevan a cabo tras las migraciones que se producen debido a la fuga radiactiva que se origina tras las explosiones nucleares. Grupos organizados venden todo tipo de objetos de valor, entre los que se pueden encontrar alimentos que se han visto afectados por las radiaciones[1].

Alimentación en Chernóbil y en Fukushima[]

Chernóbil fue un claro ejemplo de los riesgos del desconocimiento del grado de contaminación de los alimentos[2][3]. Las autoridades de Bielorrusia no explicaron la situación y los niños comenzaron a beber leche con trazas de yodo 131 procedente de vacas que comían hierba contaminada. Este isótopo afecta a la tiroides y no fue bloqueado con yodo, como sí se hizo en lugares como Prípiat. En zonas de Bielorrusia, Rusia y Ucrania incrementó exponencialmente el número de niños con cáncer de tiroides (de dos o tres al año a noventa en este periodo de tiempo). Ya son 4000 los menores de quince que han padecido la enfermedad desde 1986 y la mayoría procedentes de Gómel, una región bielorrusa cercana a Chernóbil[4] .

La explosión de esta central nuclear y la fuga posterior generó más de cuatro millones de hectáreas de bosque contaminado entre Bielorrusia, Ucrania y Rusia. De hecho, en estos tres países se introdujo la categoría de radiactividad en los bosques. Esta radiactividad es absorbida por los seres vivos y llega a la población por aire o por la cadena alimenticia.

Pese al alto control sanitario en alimentos procedentes de estos ecosistemas como frutos silvestres, hongos, carne de caza, leche o patatas, muchas personas de zonas de alrededor siguen poniéndose en peligro al consumir alimentos que no han pasado las evaluaciones de calidad. Desde organizaciones como el Instituto Forestal de la Academia Nacional de Ciencias de Bielorrusia se están buscando métodos para acelerar la rehabilitación forestal y reducir el riesgo de exposición de la población de zonas cercanas a la radiactividad absorbida por los seres vivos.

Cerca de Fukushima las familias siguen teniendo miedo de consumir alimentos de la zona[5]. Muchas acuden a diario a comprar verduras, agua y arroz fuera del área contaminada. Sin embargo, los niños están empezando a alimentarse de comida local en los comedores de las escuelas cercanas a Fukushima.

La expansión de la fuga radiactiva hacia el mar ha provocado que uno de los grandes comercios del Noreste de Japón, el del marisco y pescado, se vea muy afectado[6] . Los contrabandos de alimentos procedentes de la fauna marina también son bastante frecuentes. Para poder exportarlos se llevan a otros países (como Vietnam) y se cambian etiquetas para evadir impuestos y el control sanitario.

Referencias[]

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